1985
El escritor y ex diputado provincial por la UCR Orlando Yans nos acerca su opinión sobre la película 1985. Donde hace consideraciones respecto a los tiempos vividos en ese tramo de la historia argentina.
CONTRASTES Y CONSIDERACIONES
ALLÁ por los años 80, después de mucho tiempo, Argentina unificaba por fin un criterio: la enorme mayoría de sus habitantes decidía que la democracia sería el sistema que gobernaría sus instituciones. De esa forma resultó electo Raúl Alfonsín, el primer presidente después de una dictadura feroz. Régimen que se supuso intérprete y garante del “ser” nacional, decidiendo que a la insurgencia se la combatía a los tiros, a fuerza de torturas y asesinatos, secuestros, usurpaciones de identidad, entre tantos ilícitos.
¿El triste resultado?: miles de muertos y desaparecidos.
Violaciones a los derechos humanos. Campos clandestinos de detención donde la norma era la muerte. Algunos militares, bajo una capa espesa de impunidad, cometieron todos los ilícitos que pudieron cometer con total tranquilidad, justificando su barbarie jurando que hicieron lo que hicieron en nombre de nuestro “occidental estilo de vida”. Total, confesaba la historia, llegado el momento, no iba a pasar nada. Pero pasó.
Pasó que la población no votó al candidato peronista, que proponía amnistiar a los genocidas, sino que eligió a un líder con coraje cívico que en su campaña había prometido el juzgamiento a las juntas militares. Y cumplió.
Vaya si cumplió.
El tránsito del régimen dictatorial a la democracia fue un camino sinuoso y resbaladizo. Presiones de aquí, coacciones de allá, sujetos cercanos y lejanos al nuevo gobierno, buscaron que el entonces presidente diera marcha atrás con el proceso judicial. No hubo caso. “Gallego cabeza dura”, como le decían sus amigos, impulsó aquel juicio que pasaría a la historia como único en el mundo.
Lejos de la ancianidad, aún con poder de fuego dentro de las fuerzas armadas, los integrantes de las juntas fueron sentados frente a la justicia ordinaria. La sentencia fue unívoca: CULPABLES.
Pasaron muchos años. Casi 38 para ser precisos. Y ahora, una película (1985), que comienza con la leyenda “BASADA EN HECHOS REALES”, se le ocurre narrar la parte épica de aquella historia.
Me tocó discutir con amigos la factura del film. Amigos, sobre todo radicales, que vivieron el proceso (al igual que yo) muy de cerca. Tan de cerca que el llanto nos sorprendió leyendo las hojas asombradas y tristes del NUNCA MÁS. Debatimos, por supuesto, con divergencias, con miradas diferentes y ardor de época. Mi argumento intentaba abordar la política, aunque sin alcanzar un sesgo militante, sino algo más bien objetivo y crítico, colocando la mirada en un argumento central: no es un documental ni una película partidista. Sé que no la hubiese visto si se tratara de una película con sello partidario (de mi partido o de cualquier otro).
Tampoco soy especialista en cine. Apenas un aficionado a la pantalla. Pero desde que vi el film no pude dejar de enorgullecerme (no cuento con demasiados argumentos para presumir políticamente) de pertenecer al partido que impulsó al doctor Alfonsín a la presidencia.
A mi juicio, a la película no le falta más Alfonsín que el que tiene. Lo muestra en la medida justa, sabiendo siempre que no se trata de un documental aferrado a una verdad que, en rigor, nadie tiene. Se lo subraya en tres ocasiones.
1) Al comienzo, cuando en letras de molde menciona: “EL PRESIDENTE ALFONSÍN ORDENA LLEVAR A JUICIO A LOS EX COMANDANTES POR CRÍMENES CONTRA LA HUMANIDAD”.
2) Promediando el film, el guionista debe decidir un encuentro entre el fiscal y el entonces presidente.
Evidentemente se decide por la fuerza de su voz particular. Quizá haya pensado que un actor fingiendo ser una figura pública tan relevante como el doctor Alfonsín hubiese perdido fuerza o no sería demasiado verosímil.
3) Escena. 1 hora y 23 de la película. Situación: La esposa del fiscal Strassera pregunta a su marido: Y el presidente, ¿qué te dijo? Qué estaba atento a los testimonios, que se había emocionado. ¿Y no le dijiste nada?, insistió ella. Sí. Le pregunté qué espera del juicio. Muy bien, muy bien, se entusiasma ella. ¿Y él que te dijo?, insiste ansiosa. Bueno, ahí fue cuando me dijo “no tengo ninguna indicación para darle”. ¿Nada más? Ella parece decepcionada. Algo más tiene que haber dicho, insiste. Sí, responde el fiscal, Al final, cuando me iba, algo más dijo. Ahí está, ahí está, se entusiasma. Me dijo… “Estoy ansioso por escuchar su acusación”. Está clarísimo, dice reflexionado, sentándose en un sillón gris. Independencia de Poderes, remata. Independencia de poderes. Parece mentira que un presidente pudiera transmitir ese concepto tan básico en el mundo civilizado y tan extraordinario e inusual por estas tierras y los nuevos tiempos.
No podría estás más de acuerdo con la simpleza de esa apreciación. No podría estar más de acuerdo que una definición tan simple le rinda un homenaje tan profundo al ex presidente.
La centralidad del film, mal que les pese a algunos, no es la figura de Alfonsín, sino que narra la labor de un equipo de jóvenes, liderados por un valiente fiscal, y el esfuerzo contra reloj de un juicio impulsado por un Estado civilizado contra un grupo de asesinos que avasallaron con la fuerza de las armas la Constitución Nacional. Voy a atreverme a sugerir, sin ningún tipo de pruebas, que Alfonsín la hubiera festejado. Lo digo porque él nunca buscó más créditos (pudo haberlo hecho con la selección campeona del 86) que la de un político que se precie.
Quizá la película omita detalles e invente otros. Así funciona cualquier ficción. No obstante, han pasado muchos años y Argentina está más dividida que nunca. Sobrevuela el pesimismo y al ver el horizonte es inevitable preguntarse ¿Cómo vamos a salir de esta? La política se ensimisma. Se enamora y se alimenta de egocentrismo. Los dirigentes son ellos y nada más que ellos. ¿La ciudadanía?: una circunstancia, un problema que se resuelve el día de las
elecciones. Los dirigentes de fuste son un bien escaso desde hace rato. Y en este contexto, justamente, apareció una película donde un político (sí, un político) encontró coraje para decidir.
Y decidió.
El Poder Judicial hizo su trabajo sin interferencias ni presiones. Un ejemplo hoy tan lejano, tan ajeno que cuesta comprender como un hombre que pudo interceptar la justicia se abstuvo de hacerlo.
La película 1985 puso sobre el tapete un tema que muchos argentinos, sobre todo los más jóvenes, tocan de oído. Inevitable es que aparezcan las comparaciones y los contrastes. Obvio que la decadencia ha ganado la partida.
Jugadas pobres, de poco riesgo y puro relato, declamación y conveniencia. ¡Había que tener valor para juzgar a esos jerarcas jóvenes, con poder real en los cuarteles! Había que tener pelotas para enfrentar a quienes habían asesinado a mansalva hacía unos pocos años y estaban ahí sentados, próximos, mirando amenazantes a los ojos de los acusadores.
Ese arrojo ya no existe. Ni siquiera existe aquella Argentina que necesitaba emerger y se quedó chapaleando en el barro del subsuelo. Por eso sospecho que quienes se disfrazaron, décadas después, de bravíos militantes, solo esperaron la vejez de los acusados para guapear y jugar con unos cuadros de unos dictadores que, a esa altura, no asustaban a nadie.
Sabor a poco. A muy poco.
Supongo que ese gesto tacaño no tendrá una película que lo señale como un hecho trascendente.
Orlando Yans